Jesús dice a sus apóstoles: “Ustedes son la
sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a
salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes
son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una
montaña.” (Mt 5, 13-14).
Vemos que la misión del apóstol se extiende
a toda la tierra, no es a un pueblo específico sino a la humanidad entera, y
como dice san Juan Crisóstomo “La hallareis mal dispuesta”, porque la
naturaleza humana se halla insípida por los pecados.
Ser sal de la tierra es una tarea demasiado
importante encomendada por Jesús, quien con los méritos de su pasión libró de
la podredumbre del pecado a la humanidad, lo cual no podían hacer los apóstoles.
El signo de la sal quiere indicar en el
texto que los apóstoles de Jesús deben preservar con su predicación del
evangelio de la podredumbre del pecado lo que Cristo redimió, como lo hace la
sal cuando se aplica a los alimentos especialmente a la carne a la que preserva
de podrirse para ser utilizada más adelante.
Otra propiedad de la sal es que al ser
aplicada sobre las heridas causa ardor, de la misma forma los apóstoles al
denunciar los pecados al pueblo causan fastidio en las heridas del pecador, por
lo tanto el apóstol no debe buscar agradar a las personas sino a Dios para cumplir
bien la función a la cual fue destinado.
Así, el apóstol debe cultivar las mejores
virtudes cristianas las virtudes que aprovechen a los demás: Caridad, Alegría,
Paz, Paciencia, Amabilidad, Bondad, Mansedumbre, Fidelidad, Modestia,
Autocontrol, Castidad y Generosidad, para poder transmitir el mensaje que va a dar
sabor a la humanidad herida por el pecado dándole así vida al mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario