El religioso al hacer voto de castidad trata
de representar el género de vida que el Hijo de Dios llevó entre nosotros, el
célibe se preocupa de los asuntos del Señor, vive en disponibilidad total y en
servicio a la iglesia.
El celibato es un don del Espíritu Santo y
una opción fundamental por el Reino de Dios como lo muestra el texto bíblico Mateo
19, 12: “En efecto, algunos no se casan, porque nacieron impotentes del seno de
su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay otros que
decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender,
que entienda!”.
El célibe por el Reino de los cielos pretende
complacer al Señor a quien pertenece en cuerpo y espíritu, quiere que su unión
con el Señor sea ininterrumpida, siguiendo al Señor virgen, el célibe renuncia a la opción del matrimonio y toma sobre sus hombros la cruz de su
amado Señor. Es la misericordia misteriosa y amabilísima del misterio
insondable del Eterno la que hace posible a nuestra fragilísima existencia el
poder abrazar y perseverar en el camino, en el que el Señor es nuestro único
bien.
El religioso decide formar una comunidad de
amistad que tenga un solo corazón y los mismos sentimientos,
superando los lazos que nacen de la carne, de la sangre y del amor eros. Esta
opción lo lleva a valorar y respetar el propio cuerpo, haciéndole expresión del
misterioso amor del Reino y a relacionarse de la misma forma con toda la
creación.
El celibato es, pues, un toque del Amor. Es
la misericordia divina la que amándonos con todo el corazón nos permite amarle
con todo el corazón.
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