“Entonces les dijo: «Vayan por todo el mundo, anuncien
la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16, 15).
En el mundo de hoy
tan convulsionado se hace más evidente la necesidad de Cristo en nuestras
vidas. Ante fenómenos como la pérdida del sentido de vida producido por
ideologías como el ateísmo, el materialismo la iglesia debe proclamar que
Cristo vive, que ha dado su vida por nuestra felicidad eterna.
Por un lado el
materialismo hace que las personas de nuestro tiempo busquen la felicidad en
cosas pasajeras ignorando totalmente la trascendencia para la cual fuimos
creados, ignorando que el espíritu es parte integrante de nuestro ser.
Por otro lado el
ateísmo solo busca satisfacer las necesidades materiales del hombre como: el
trabajo, justicia social, esta es una visión parcializada de la realidad, la
cual deja por fuera a Dios, su Palabra, su voluntad, el plan de salvación, el Reino y Reinado de Dios.
Negando las realidades espirituales, negando la existencia del pecado, negando
la existencia de la vida eterna, negando el juicio y el destino del hombre que
de acuerdo a sus obras son el cielo, el purgatorio o el infierno.
Antes estas
realidades debemos decir con San Juan Pablo II: “Abrirse al amor de Dios es la
verdadera liberación. En él, sólo en él, somos liberados de toda forma de
alienación y extravío, de la esclavitud del poder del pecado y de la muerte.
Cristo es verdaderamente « nuestra paz » (Ef 2, 14), y « el amor de Cristo nos
apremia » (2 Cor 5, 14), dando sentido y alegría a nuestra vida” (Redemptoris Missio).
También dentro de
la Iglesia existe la tentación de tener una visión del hombre a medias reducido
a la mera dimensión horizontal mientras que Jesús vino a traer la salvación
integral. Por eso, la iglesia no puede dejar de hablar de la fe, debemos reafirmar
siempre nuestra fe en Cristo el único salvador. Debemos decir con san Pablo: “No
me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de
todo el que cree” (Rom 1, 16).
Finalmente nos recuerda San
Juan Pablo II que: “la Iglesia y, en ella, todo cristiano, no puede esconder ni
conservar para sí esta novedad y riqueza, recibidas de la divina bondad para
ser comunicadas a todos los hombres.” (Redemptoris Missio).
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