La vocación de Jeremías (Jer 1) es fundamental para
comprender la existencia profética. En el relato de la vocación falta una teofanía
explícita, pero Jeremías está poseído por la certeza de que la palabra de
Yahweh le fue dirigida. La elección es anterior a la existencia del profeta:
«Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía... ».
Jeremías se asusta. ¿Cómo puede ser un «profeta de las
naciones» quien no sabe hablar? «Soy un muchacho». Esta objeción puede nacer
del carácter tímido de Jeremías o del sincero sentimiento de incapacidad humana.
La respuesta de Yahweh exige, sin embargo, obediencia. La misión del profeta
consiste en ser enviado («irás») y en hablar en nombre de Yahweh («dirás»).
Jeremías no debe temer, porque Yahweh está con él («No les tengas miedo, que
contigo estoy yo para salvarte»). Sigue un rito de investidura o consagración
del profeta, a través de una acción simbólica (imposición de la palabra de Dios
en la boca del profeta, mediante el contacto de la mano). Supone, implícitamente,
una visión teofánica. Jeremías es tocado por Dios, que le da autoridad para destruir
y para reconstruir.
En Jeremías la vocación es puro don de Dios. Porque la personalidad
e inclinación natural del profeta no parecían favorecer la vida y la misión a
que el Señor le llama. Jeremías era amante de su patria y de familia sacerdotal.
Y, sin embargo, tuvo que anunciar la ruina de Jerusalén y de su templo. Sensible
y afectuoso, el profeta vivió solitario por mandato del
Señor. Los conflictos internos del profeta son testimoniados en
los textos autobiográficos, conocidos como confesiones de Jeremías: « ¡Ay de
mí, madre mía, porque me diste a luz, varón discutido y debatido por todo el
país!» (15,10); « ¡maldito el día en que nací!» (20,14).
El corazón del profeta está con Yahweh, cuya palabra es un
gozo y alegría de corazón; por eso le duele más el silencio de Dios. Jeremías
aplica a su relación con el Señor la atrevida imagen de la seducción amorosa:
«Me has seducido, Yahweh, y me dejé seducir». La vocación profética es más fuerte
que la resistencia que el profeta le opone: «Yo decía: "No volveré a recordarlo,
no hablaré más en su Nombre". Pero había en mi corazón algo así como fuego
ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogado, no podía».
Fuente: Diccionario Teológico de la Vida
Consagrada, Ángel Aparicio Rodríguez.
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