El año 593-592 a.c. Dios se manifiesta a Ezequiel, sacerdote
de Jerusalén, que vive en el exilio babilónico. La localización («a orillas del
río Kebar») se repite necesariamente. La manifestación de Dios a Ezequiel tiene
los siguientes elementos: La mano de Yahweh se posa sobre Ezequiel y éste
presencia una tempestad teofánica: el viento, la nube y un fuego fulgurante (el
fuego expresa la inaccesibilidad de la esfera divina); los cuatro seres vivientes,
de forma humana, pero con cuatro alas cada uno (el número cuatro simboliza la
totalidad cósmica; los elementos figurativos dan idea de la potencia e
inefabilidad de lo divino); la bóveda, sobre las cabezas de los cuatro seres;
la piedra de zafiro en forma de trono y la figura de apariencia humana, todo envuelto
en fuego resplandeciente, «algo como la forma de la gloria de Yahweh» (la
imprecisión de detalles es garantía de la autenticidad del relato); finalmente,
la reacción del profeta («caí rostro en tierra»), corresponde al modelo clásico
de la tradición sacerdotal (Lev 9,24; Núm 16,22).
Caído, con el rostro en tierra, el profeta oye una voz. Ezequiel
es enviado a la casa de Israel (casa rebelde), que se encuentra en el exilio de
Babilonia: «Les hablarás y les dirás: "Así dice el Señor Yahweh"».
Yahweh conforta a su escogido: «No tengas miedo». El profeta no presenta
objeción o resistencia alguna a la misión. Un rito de consagración o investidura
le capacita para la tarea profética: come el rollo en una acción simbólica, que
quiere expresar la asimilación del mensaje que debe anunciar.
Ezequiel es el profeta de la comunidad judía en el exilio.
Cumplió la dura misión de anunciar la destrucción de Jerusalén, la ciudad
santa, para que Yahweh pudiese poner un nuevo comienzo de salvación. Podemos reconocer
que la vocación profética colocó en continuo estado de tensión el temperamento
emotivo y vulnerable de Ezequiel. La muerte de su esposa («encanto de sus ojos»)
fue un duro golpe para él. Dios no le llama por su nombre, sino por el título
de «hijo del hombre», que expresa la dependencia y caducidad de la existencia
humana, ante el Señor absoluto (Adonai). Formado en la tradición sacerdotal,
sabe controlar sus propios sentimientos y cumplir con fiel obediencia la voluntad
de Yahweh. «Centinela de la casa de Israel», Ezequiel debe proclamar el juicio
de Yahweh, ante los justos y los impíos. Pero también anunciará la promesa de
salvación: el pueblo de Dios puede retornar a su tierra. El Señor hará con él
una nueva alianza. La casa de Israel será restaurada, como los huesos secos son
revigorizados.
Fuente: Diccionario Teológico de la Vida
Consagrada, Ángel Aparicio Rodríguez.
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