El nacimiento de Cristo en el pesebre en Belén primero nos debe llenar de alegría ya que la causa de su encarnación fue su gran amor por cada uno de nosotros, nuestra redención y salvación. Como lo dice san Agustín: “Salten de júbilo los hombres, salten de júbilo las mujeres; Cristo nació varón y nació de mujer, y ambos sexos son honrados en Él. Retozad de placer, niños santos, que elegisteis principalmente a Cristo para imitarle en el camino de la pureza; brincad de alegría, vírgenes santas; la Virgen ha dado a luz para vosotras para desposaros con Él sin corrupción. Dad muestras de júbilo, justos, porque es el natalicio del Justificador. Haced fiestas vosotros los débiles y enfermos, porque es el nacimiento del Salvador. Alegraos, cautivos; ha nacido vuestro redentor. Alborozaos, siervos, porque ha nacido el Señor. Alegraos, libres, porque es el nacimiento del Libertador. Alégrense los cristianos, porque ha nacido Cristo” (Sermón 184,2).
Cristo con su nacimiento nos da ejemplos
maravillosos que todos los cristianos deberíamos seguir: su humildad, al no
escoger un palacio para nacer siendo Dios, abajarse a la condición humana aún
más a la condición de niño en una familia pobre como es la familia de María y
José, nos muestra un desapego de los bienes materiales y un gran amor con la
donación de sí mismo. Citando nuevamente
a san Agustín: “La humildad de Cristo desagrada a los soberbios; pero si a ti,
cristiano, te agrada, imítala; si le imitas, no te sentirás cansado, porque Él
dijo: Venid a mí todos los que estáis cargados”.
Meditemos profundamente este misterio del
nacimiento de Cristo e invitémoslo a que viva en nuestro corazón para que
podamos decir con san Pablo: “No soy yo quien vive es Cristo quien vive en mí”.
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