María fue considerada desde un principio
como prototipo y modelo de las almas vírgenes. Esto supone que ya desde el
siglo IV era creencia universal la perpetua virginidad de María.
El primer testimonio que poseemos en este sentido
es un texto de Orígenes (año 254) en el que afirma que es conforme a la razón
atribuir a Jesús las primicias de la virginidad respecto a los varones y a
María respecto a las mujeres. «No me parece acertado (eúphemon) atribuir a otra
que a María las primicias de la virginidad». San Atanasio (año 373) tiene una larga
carta, conservada en copto, en la que propone a María como la forma o el espejo
en el que se deben contemplar las vírgenes de su tiempo. La propone como modelo
de todas las virtudes, pero insiste en la virginidad.
En esta carta se inspiró san Ambrosio (año 397),
que es el que más ampliamente desarrolla este aspecto de la ejemplaridad de
María en varias de sus obras consagradas a las vírgenes: «Sírvaos la vida de
María de modelo de virginidad, cual imagen que se hubiese traslado a un lienzo;
en ella como en un espejo brilla la hermosura de la castidad y la belleza de toda
virtud».
La Virgen María es la imagen perfecta de
toda virginidad, «cuya vida pasó a ser norma para todas las vírgenes. Si, pues,
nos agrada la maestra ensayemos en nosotros sus obras, de suerte que para
obtener semejante gloria en la pureza, imitemos sus ejemplos».
No debe extrañarnos, por consiguiente, que
la llame «maestra de la virginidad», Y no contento con esto, añada que es fuente
de pureza, porque inspira e infunde pureza a los que entran en contacto con
ella: lo fue para Juan el Bautista, para Juan el discípulo amado, para el mismo
José su Esposo. Lo sigue siendo para innumerables almas que se inspiran en este
modelo, para tantos hombres y mujeres que consagran a Dios su virginidad y la
invocan confiados en sus dificultades y peligros.
Fuente: Diccionario Teológico de la Vida
Consagrada, Ángel Aparicio Rodríguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario