Los salmos pueden ser un valioso
instrumento para nuestra oración. Su riqueza es grande: son oraciones de
alabanza, de acción de gracias, de petición de perdón, de confianza.
Los primeros cristianos han visto en los salmos
la oración de Cristo y también la expresión de la oración dirigida a Cristo.
Ellos no tenían más que seguir las instrucciones que les había dejado el Señor
Jesús en persona, ya que en la tarde de Pascua, Él había explicado a los Apóstoles
reunidos en el Cenáculo: “Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito
en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los salmos acerca de mí” (Lc 24, 44).
Los salmos tienen un puesto especial entre
los libros de la Biblia y su clave de interpretación es el misterio pascual: “Así
está escrito: que el Cristo tiene que padecer y resucitar de entre los muertos
al tercer día, y que se predique en su nombre la conversión para perdón de los
pecados a todas las gentes, comenzando desde Jerusalén” (Lc 24, 46-47).
Acerca de cómo leerlos e interpretarlos San
Atanasio escribe: “Como Cristo nos ha presentado en Su persona la imagen del
hombre terreno y del hombre celestial, así se puede aprender a reconocer en los
salmos los movimientos y las disposiciones del alma, incluso descubrir el medio
para curar y corregir cada movimiento”.
Y San Agustín dice que los salmos son un
espejo del hombre: “Si el salmo ora, orad; si gime, gemid; si se alegra,
alegraos; si espera, esperad, y si teme, temed. Porque todas las cosas que se
escribieron aquí son nuestro espejo”.
En este mes de la Biblia enriquezcamos
nuestra oración con la oración de los salmos que fueron inspirados para dar
gloria a Dios.
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