La iglesia católica recuerda en la fiesta
de todos los santos que en el cielo hay gran cantidad de modelos a seguir
muchos de ellos desconocidos por nosotros pero amados profundamente por Dios,
también nos recuerda que todos estamos llamados a la santidad en nuestro propio
estado de vida, en palabras del papa Benedicto XVI: “Todos los seres humanos
están llamados a la santidad que, en última instancia, consiste en vivir como
hijos de Dios, en esa “semejanza” a Él, según la cual, han sido creados”
Recordemos que en la iglesia hay tres
estados como se describe en el documento del Concilio Vaticano II Lumen
Gentium: “Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles y,
destruida la muerte, tenga sometido todo, sus discípulos, unos peregrinan en la
tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros están glorificados,
contemplando claramente a Dios mismo, uno y trino, tal cual es” (LG 49), debemos
tener claro que existe una unidad fraterna, es decir, una comunión entre los
fieles de estos tres estados que hace que contemos con su ayuda, los santos
pueden interceder por nosotros y nosotros podemos interceder por los fieles
difuntos del purgatorio, y por los hermanos de la iglesia peregrina.
En este día de todos los santos no solo
recordamos estos modelos sino que a través del amor a Dios nos unimos a ellos:
“No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros,
sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea
reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre
los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión
con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de fuente y cabeza, toda la
gracia y la vida del Pueblo de Dios” (LG 50).
Tributamos una devoción especial a la
Santísima Virgen María Reina de todos los santos y contamos con su ayuda para
llegar a la deseada meta del cielo, como lo dijo el papa Benedicto XVI en 2006:
“Que la Virgen María, Reina de todos los santos, nos guíe para escoger en todo
momento la vida eterna, «la vida del mundo futuro», como decimos en el «Credo»;
un mundo que ya ha sido inaugurado por la resurrección de Cristo y cuya llegada
podemos apresurar con nuestra conversión sincera y con las obras de caridad”.
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