Desde la pobreza del pesebre hasta su
muerte en la cruz, las ocho bienaventuranzas son la autobiografía de
Jesucristo. Al proclamarlas, no hace sino describirse a sí mismo. Ellas
son el retrato más perfecto de Jesús: pobre, manso, triste, hambriento,
misericordioso, limpio de corazón, constructor de paz y perseguido por causa de
la justicia.
Como lo dijo San Juan Pablo II en Lima –
Perú en 1985:
“Las bienaventuranzas son como el retrato
de Cristo, un resumen de su vida y «por eso se presentan también como un
“programa de vida” para sus discípulos, confesores, seguidores. Toda la vida
terrena del cristiano, fiel a Cristo, puede encerrarse en este programa, en la
perspectiva del reino de Dios».
Necesitáis también mirar a la Santísima
Virgen, a quien la tradición de la Iglesia ha llamado siempre bienaventurada.
Que María sea vuestra Madre. Procurad descubrir, a través de la meditación
frecuente, la fidelidad con que Ella vivió el espíritu de las bienaventuranzas.
Que Santa María os guíe siempre por el camino de la verdad, del bien, del amor
y de la generosidad.
No es éste el momento para indecisiones,
ausencias o faltas de compromiso. Es la hora de los audaces, de los que tienen
esperanza, de los que aspiran a vivir en plenitud el Evangelio y de los que
quieren realizarlo en el mundo actual y en la historia que se avecina”.
Para el religioso no hay otra meta, ni
tampoco otro camino sino el de las bienaventuranzas.
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