Isaías alerta contra el orgullo y la autosuficiencia,
fuente de la incredulidad. Sólo una absoluta confianza en Dios puede arrancar
del hombre la inseguridad que lo tambalea. «Si no os afirmáis en mí, no seréis
firmes» (Is 7,9). Afirmarse en Dios y ser firmes. Creer y subsistir. Sólo una
fe total hace que el hombre experimente salvación.
Quien cree y confía, no vacila, no se impacienta,
no se apresura. « Así dice el Señor Dios: "He aquí que yo pongo por fundamento en Sión una piedra
elegida, angular, preciosa y fundamental: quien tuviere fe en ella no
vacilará" (Is 8,16). Esta Piedra es Cristo (lPe 2,4). Por su adhesión de fe
incondicional a Cristo, la Roca, la iglesia vencerá el poder de la muerte (Mt
16,17-19). Ciertamente, la salvación está en escuchar a Dios y en tener
confianza en Él, renunciando a escuchar otras voces y a volcarse en otras
confianzas.
Los hombres podemos ser muy temerarios y autosuficientes.
Dios resulta con frecuencia «molesto» a nuestros oídos y, sobre todo,
sorprendentemente «luminoso» a las oscuridades de nuestro corazón. Quien se
obstina en su orgullo, corre el riesgo de perderse. Sólo el abandono confiado y
sincero en las manos de Dios hace experimentar al hombre su compasión. «Así dice
el Señor Dios: "Por la conversión y calma seréis liberados, en el sosiego y
seguridad estará vuestra fuerza". Pero no aceptasteis... Sin embargo, aguardará
el Señor para haceros gracia, y así se levantará para compadeceros, porque Dios
de equidad es el Señor: ¡Dichosos todos los que en Él esperan!» (Is 30,15.18).
Quienes son conscientes de su invalidez y la aceptan,
recurriendo a Dios, sabrán que El salva a los débiles, a los oprimidos, a los
pobres. Sólo en un pueblo pobre y débil se realiza la fuerza salvadora de Dios.
«Los débiles pacerán en mis pastos y los pobres en' seguro se acostarán» (Is
14,30).
Los que con humilde confianza se echan en los brazos de Dios,
encontrarán en Él su gozo y su alegría, el aliento de tantas situaciones
oprimentes y desgarradoras.
Fuente: Diccionario Teológico de la Vida Consagrada, Ángel Aparicio Rodríguez.
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