«Las personas consagradas son signo de Dios en los
diversos ambientes de vida, son levadura para el crecimiento de una sociedad
más justa y fraterna, son profecía del compartir con los pequeños y los pobres.
La vida consagrada, así entendida y vivida, se presenta a nosotros como
realmente es: un don de Dios, un don de Dios a la Iglesia, un don de Dios a su
pueblo. Cada persona consagrada es un don para el pueblo de Dios en camino».
(Papa
Francisco)
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