San Clemente fue el tercer sucesor de San
Pedro. Por ser cristiano fue desterrado por el emperador Trajano a Crimea (al
sur de Rusia) y condenado a trabajos forzados a picar piedra con otros dos mil
cristianos. Un día las autoridades le exigieron que adorara a Júpiter. Él dijo
que no adoraba sino al verdadero Dios. Entonces fue arrojado al mar, y para que
los cristianos no pudieran venerar su cadáver, le fue atado al cuello un hierro
pesadísimo. Pero una gran ola devolvió su cadáver a la orilla.
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