Nuestro santo era prácticamente el único que
se atrevía a oponerse a los altos gobernantes cuando estos cometían
injusticias. Escribía al emperador y a las altas autoridades corrigiéndoles sus
errores. El emperador Valentino le decía en una carta: "Nos agrada la
valentía con que sabe decirnos las cosas. No deje de corregirnos, sus palabras
nos hacen mucho bien". Cuando la emperatriz quiso quitarles un templo a
los católicos para dárselo a los herejes, Ambrosio se encerró con todo el
pueblo en la iglesia, y no dejó entrar allí a los invasores oficiales.
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