Por
Mario Caicedo, novicio paulino, Colombia
En muchas ocasiones nos encontramos en un
mundo que nos ofrece multitud de cosas que hacer, muchos desarrollos tecnológicos
que hacen más cómoda y divertida nuestra vida: TV, internet, videojuegos, aplicaciones
para smartphone, entre otros.
Pero tanto ruido exterior y tantas
ocupaciones nos pueden alejar de la oportunidad de escuchar en nuestro interior
la voz de Dios, que como Padre misericordioso nos llama a colaborar en su obra,
a esto es lo que podríamos llamar vocación.
Tal vez todas estas distracciones acallan
la voz de nuestro Creador y nos hacen caminar en dirección opuesta a la casa
del Padre. Citando el pasaje de la Biblia del hijo pródigo (Lc 15, 11-32), buscamos
la felicidad en el dinero, las fiestas, los placeres, que simplemente nos dan
una satisfacción momentánea que deja un vacío cada vez más grande porque en vez
de acercarnos Dios nos alejan de Él.
Debemos admitir que Dios nos ha creado y
como dice san Agustín: “Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está
inquieto hasta que descanse en ti” (Las confesiones), debemos admitir nuestra
pequeñez y nuestra necesidad de Dios.
Y la actitud de Dios siempre será la
descrita en la parábola del hijo pródigo: “su padre lo vio y se conmovió
profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó” (Lc 15,20). Por eso
yo te invito a acercarte a Dios especialmente a través de la oración, lo cual
es simplemente un diálogo amoroso con Él. De manera que puedas decirle como el
hijo pródigo: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti” y entonces podrás oír
en tu interior: “Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto
a la vida, estaba perdido y fue encontrado” (Lc 15,23-24).
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