Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio
de Dios, llamado a anunciar la promesa de vida que hay en Cristo Jesús, a
Timoteo, hijo querido; te deseo la gracia, misericordia y paz de Dios Padre y
de Cristo Jesús, Señor nuestro. Doy gracias a Dios, a quien sirvo con pura
conciencia, como mis antepasados, porque tengo siempre tu nombre en mis labios
cuando rezo, de noche y de día. Por esta razón te recuerdo que reavives el don
de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado
un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No te
avergüences de dar testimonio de nuestro Señor y de mí, su prisionero.
Toma parte en los duros trabajos del
Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó a una vida santa,
no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso
darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha
manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y
sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio. De este Evangelio me
han nombrado heraldo, apóstol y maestro, y ésta es la razón de mi penosa
situación presente; pero no me siento derrotado, pues sé de quién me he fiado y
estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último
día el encargo que me dio.
2 Timoteo
1, 1-3.6-12
No hay comentarios:
Publicar un comentario