Como lo proclama Jesús en el evangelio de san
Marcos: “El tiempo (ho kairós) se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca.
Convertíos (metanoeite) y creed en la Buena Nueva”. La palabra griega
“metanoeite” ofrece un matiz más espiritual: se refiere al cambio de mente, de
pensamiento, de corazón, de espíritu.
Todo hombre está llamado a vivir la
conversión y por consiguiente la comunión con Dios, pero como el hombre es
pecador desde sus orígenes (Rm 5,12), necesita de purificación y conversión
para vivir la intimidad con Dios. La conversión tiende a crear una nueva
relación con Dios, que supone una ruptura con el “hombre viejo”, con la antigua
condición pecadora del hombre para la realización del Reino de Dios.
La conversión es una exigencia radical de
la vida cristiana y una tarea de toda la vida. Con Jesús la conversión deja el
tiempo de la esperanza inmediata y entra en el tiempo de la plenitud de la
salvación, la conversión afecta a todo hombre y abarca a todos los hombres,
pues todos estamos necesitados de la salvación. El anuncio del Reino de Dios ya
presente exige una nueva actitud ante la vida. Convertirse es como nacer de
nuevo, ser nuevas criaturas en Cristo.
Debemos saber que la perfecta configuración
con Cristo es un proceso lento de maduración con retrocesos y caídas, por eso
requiere perseverancia y también de la ayuda de los sacramentos especialmente de
la confesión y la eucaristía.
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