miércoles, 9 de noviembre de 2016

QUÉ SON LOS CARISMAS DESDE SAN PABLO

Es san Pablo quien introduce el uso de esta palabra para señalar todos aquellos fenómenos particulares y aquellas manifestaciones expresas de la fe de las personas que componen las comunidades cristianas fundadas por él, particularmente las fundadas en Corinto.

Los carismas son dones sobrenaturales concedidos por la amable liberalidad divina; son una actuación especial del Espíritu Santo que se sobrepone e interacciona en las aptitudes naturales del hombre, y habilita al cristiano para colaborar en la salvación del mundo desde una vocación especial. No pueden provocarse ni forzarse, mucho menos preverlos u obtenerlos mediante los sacramentos o los ministerios jerárquicos.

Pablo nos ofrece en sus escritos cuatro listas de carismas: 1 Cor 12, 8-10; 1 Cor 12, 28-30; Rom 12, 6-8; Ef 4, 11. En tales listas se enumeran 29 carismas, pero dadas las repeticiones se distinguen 20 carismas diferentes. El apóstol no ha querido, ciertamente, redactar una lista completa y exhaustiva por la abundancia y riqueza de estos dones. Pablo lee en los carismas la acción y la eficacia de la gracia dada gratuitamente por el único Espíritu que se diversifica sensiblemente en cada persona singular (1 Cor 12, 4-11.12-27.28-31), para producir en cada uno, una determinada capacidad, apta para servir a la comunidad eclesial (1 Cor 14,12).

Pablo usa cuatro expresiones para indicar los dones ofrecidos por Dios al cuerpo de la iglesia: Dones del Espíritu, carismas, ministerios y operaciones, y evidencia su  particular dimensión trinitaria atribuida a la libre y amable gratuidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Los dones dados por Dios no son privados, sino que su destino es público y social para el crecimiento y para el bien de todo el cuerpo de la iglesia, en todo lugar y tiempo. La caridad según el apóstol es el único criterio que impulsa el crecimiento del cuerpo de la iglesia de una forma ordenada, hasta llegar a la plena estatura de Cristo.



Fuente: Diccionario Teológico de la vida consagrada, Angel Aparicio Rodriguez. Pag. 142.


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