lunes, 19 de diciembre de 2016

LA EXISTENCIA PROFÉTICA EN JEREMÍAS

La vocación de Jeremías (Jer 1) es fundamental para comprender la existencia profética. En el relato de la vocación falta una teofanía explícita, pero Jeremías está poseído por la certeza de que la palabra de Yahweh le fue dirigida. La elección es anterior a la existencia del profeta: «Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía... ».

Jeremías se asusta. ¿Cómo puede ser un «profeta de las naciones» quien no sabe hablar? «Soy un muchacho». Esta objeción puede nacer del carácter tímido de Jeremías o del sincero sentimiento de incapacidad humana. La respuesta de Yahweh exige, sin embargo, obediencia. La misión del profeta consiste en ser enviado («irás») y en hablar en nombre de Yahweh («dirás»). Jeremías no debe temer, porque Yahweh está con él («No les tengas miedo, que contigo estoy yo para salvarte»). Sigue un rito de investidura o consagración del profeta, a través de una acción simbólica (imposición de la palabra de Dios en la boca del profeta, mediante el contacto de la mano). Supone, implícitamente, una visión teofánica. Jeremías es tocado por Dios, que le da autoridad para destruir y para reconstruir.

En Jeremías la vocación es puro don de Dios. Porque la personalidad e inclinación natural del profeta no parecían favorecer la vida y la misión a que el Señor le llama. Jeremías era amante de su patria y de familia sacerdotal. Y, sin embargo, tuvo que anunciar la ruina de Jerusalén y de su templo. Sensible y afectuoso, el profeta vivió solitario por mandato del
Señor. Los conflictos internos del profeta son testimoniados en los textos autobiográficos, conocidos como confesiones de Jeremías: « ¡Ay de mí, madre mía, porque me diste a luz, varón discutido y debatido por todo el país!» (15,10); « ¡maldito el día en que nací!» (20,14).

El corazón del profeta está con Yahweh, cuya palabra es un gozo y alegría de corazón; por eso le duele más el silencio de Dios. Jeremías aplica a su relación con el Señor la atrevida imagen de la seducción amorosa: «Me has seducido, Yahweh, y me dejé seducir». La vocación profética es más fuerte que la resistencia que el profeta le opone: «Yo decía: "No volveré a recordarlo, no hablaré más en su Nombre". Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogado, no podía».



Fuente: Diccionario Teológico de la Vida Consagrada, Ángel Aparicio Rodríguez.


No hay comentarios:

Publicar un comentario