Son impresionantes las distancias que
Francisco Javier recorrió en la India, Indostán, Japón y otras naciones. A pie,
solamente con el libro de oraciones, como único equipaje, enseñando, atendiendo
enfermos, obrando curaciones admirables, bautizando gentes por centenares y
millares, aprendiendo idiomas extraños, parecía no sentir cansancio.
Por las noches, después de pasar todo el día
evangelizando y atendiendo a cuanta persona le pedía su ayuda, llegaba junto al
altar y de rodillas encomendaba a Dios la salvación de esas almas que le había
encomendado. Si el sueño lo rendía, se acostaba un rato en el suelo junto al
sagrario, y después de dormir unas horas, seguía su oración.
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