lunes, 12 de diciembre de 2016

ISAIAS: VOCACIÓN PROFÉTICA

La vocación por excelencia, en la Biblia, es la del profeta (nabi). Entre las etimologías posibles de esta palabra hebrea, se cita el vocablo acádico nabu (llamar). De ser exacta esta etimología, nabi significa, originalmente, «el llamado». En todo caso, los grandes profetas de Israel, al contamos su propia vocación, dan testimonio de una llamada divina, individual, directa e inmediata.

En el relato de la vocación de Isaías (Is 6) el templo es el lugar donde la presencia de Yahweh se hace sentir. Isaías es el profeta de la santidad de Dios, manifestada en su gloria. Yahweh está acompañado por serafines, significando la impenetrabilidad y diversidad de la esfera divina con relación al mundo visible. El triple título de «santo» quiere expresar la absoluta trascendencia de Dios, cuya gloria llena toda la tierra. La sala del templo se llena de humo, que manifiesta y vela la presencia divina.

Isaías está deslumbrado ante la gloria de Yahweh, terrible y fascinante. Y, ante la santidad de Yahweh Sebaot, el profeta toma conciencia de su pequeñez y de su radical impureza: «iAy de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros y entre un pueblo de labios impuros habito!». Isaías es indigno de contemplar la gloria de Yahweh y sus labios están impuros para proclamar la palabra profética. Pero un serafín le purifica, por medio de una acción simbólica (tocar los labios con una brasa).

El profeta no se quejará más de su limitación; ha quedado convertido en un hombre nuevo, disponible para la misión profética. La visión teofánica se convierte en audición: «¿A quién enviaré?». El profeta purificado se ofrece sin vacilar: «Heme aquí: envíame». La misión de Isaías está expresada en forma paradójica: endurecer el corazón del pueblo, cerrar sus oídos y cegar sus ojos. Pero esto no se debe entender como una realidad querida por Yahweh, sino como denuncia de la obstinación del pueblo, que justifica el castigo, del cual vendrá la salvación. «¿Hasta dónde?», pregunta Isaías. Hasta la ruina total. El profeta asume una misión condenada al fracaso. Pero el tocón que queda del árbol talado será una «semilla santa». El relato termina así con una nota de esperanza. Profeta de la santidad trascendente de Dios, Isaías es un hombre de esperanza.


Fuente: Diccionario Teológico de la Vida Consagrada, Ángel Aparicio Rodríguez.


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