La vocación por excelencia, en la Biblia, es la del profeta (nabi).
Entre las etimologías posibles de esta palabra hebrea, se cita el vocablo
acádico nabu (llamar). De ser exacta esta etimología, nabi significa, originalmente,
«el llamado». En todo caso, los grandes profetas de Israel, al contamos su
propia vocación, dan testimonio de una llamada divina, individual, directa e inmediata.
En el relato de la vocación de Isaías (Is 6) el templo es el
lugar donde la presencia de Yahweh se hace sentir. Isaías es el profeta de la
santidad de Dios, manifestada en su gloria. Yahweh está acompañado por
serafines, significando la impenetrabilidad y diversidad de la esfera divina
con relación al mundo visible. El triple título de «santo» quiere expresar la
absoluta trascendencia de Dios, cuya gloria llena toda la tierra. La sala del
templo se llena de humo, que manifiesta y vela la presencia divina.
Isaías está deslumbrado ante la gloria de Yahweh, terrible y
fascinante. Y, ante la santidad de Yahweh Sebaot, el profeta toma conciencia de
su pequeñez y de su radical impureza: «iAy de mí, que estoy perdido, pues soy
un hombre de labios impuros y entre un pueblo de labios impuros habito!». Isaías
es indigno de contemplar la gloria de Yahweh y sus labios están impuros para
proclamar la palabra profética. Pero un serafín le purifica, por medio de una
acción simbólica (tocar los labios con una brasa).
El profeta no se quejará más de su limitación; ha quedado convertido
en un hombre nuevo, disponible para la misión profética. La visión teofánica se
convierte en audición: «¿A quién enviaré?». El profeta purificado se ofrece sin
vacilar: «Heme aquí: envíame». La misión de Isaías está expresada en forma
paradójica: endurecer el corazón del pueblo, cerrar sus oídos y cegar sus ojos.
Pero esto no se debe entender como una realidad querida por Yahweh, sino como
denuncia de la obstinación del pueblo, que justifica el castigo, del cual
vendrá la salvación. «¿Hasta dónde?», pregunta Isaías. Hasta la ruina total. El
profeta asume una misión condenada al fracaso. Pero el tocón que queda del
árbol talado será una «semilla santa». El relato termina así con una nota de esperanza.
Profeta de la santidad trascendente de Dios, Isaías es un hombre de esperanza.
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