«Llena de gracia», en el original griego
«kecharitoméne», es el nombre más bello de María, nombre que le dio el mismo
Dios para indicar que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la
escogida para acoger el don más precioso, Jesús, «el amor encarnado de Dios»
(encíclica «Deus caritas est», 12).
Celebramos hoy una de las fiestas de la
bienaventurada Virgen más bellas y populares: la Inmaculada Concepción. María
no sólo no cometió pecado alguno, sino que quedó preservada incluso de esa
común herencia del género humano que es la culpa original, a causa de la misión
a la que Dios la había destinado desde siempre: ser la Madre del Redentor (Benedicto
XVI, 2006).
El magisterio de la iglesia concluyó que
María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer
instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente,
en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano.
El texto bíblico que sustenta la inmaculada
concepción de la Virgen María es de la anunciación y encarnación, Lucas 1, 28: “El
Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: « ¡Alégrate!, llena de gracia, el
Señor está contigo»”, que nos recuerda que María es «kecharitoméne» hija
predilecta de Dios, llena de gracia.
Finalmente, la Inmaculada Concepción de la Santísima
Virgen María nos invita a la pureza para que Jesús resida en nosotros y nos llama
a la consagración al Corazón Inmaculado de María, lugar seguro para alcanzar
conocimiento perfecto de Cristo y camino seguro para ser llenos del Espíritu
Santo.
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